Llámeme apátrida. Hace unos días el director general de la Policía declaraba que en nuestra amada España "no se va a tolerar ninguna expresión de violencia en las calles y que actuará con toda la firmeza que permite el Estado de derecho para hacer frente a cualquier grupo extremista o radical que pretenda perturbar la paz social". Evidentemente, el señor Cosidó no se referíría a la violencia letal ejercida por el Estado que está perturbando el concepto del momento, el de la democracia, sino a aquella violencia ejercida por cuatro peleles que perturban la notable paz social en la que vive nuestro país. Es curioso, al menos, ver en qué manera los conceptos se transforman dependiendo siempre del dónde se desarrollen los acontecimientos. Así pues, la violencia en Ucrania o en Venezuela han sido ensalzadas como movimientos de rebelión "legítima" y ciudadana. En cambio, no es de recibo que todo esto ocurra en nuestras calles ya que la nuestra es una democracia totalmente asentada, digna de admiración, tan sagrada y perfecta, reflejo de la expresión de la soberanía nacional. No importa que nuestras libertades políticas se vean amenazadas en la voluntad de algunos, que como pájaros de mal agüero, pretenden mermar. No importa que quieran amordazar de facto la posibilidad de despertar de esta debacle, no solamente económica, sino moral y política, en donde el ciudadano ha dejado de serlo y se ha convertido en víctima, en producto del mercado, en consumidor, en cerdo que come la mierda que le echan... y si es barata mejor.
Llámeme apátrida, pero parece que gran parte de nuestra sociedad civil vive atrapada en el miedo, cegada, con la mirada clavada en suelo, dejándose llevar por cuatro lobos como si fuéramos borregos y nos llevaran al matadero. Una sociedad que por defecto rechaza la violencia como expresión de la indignación, que vive en el sueño de que con palabritas y ñoñerías puede cambiar algo. No me malinterprete, esto no es un canto a la violencia, sino a la reflexión. ¿Por qué creemos que con manifestaciones jocosas, festivas, al ritmo de tambor de batucada pueden cambiar las cosas en nuestro país? ¿Acaso la experiencia no evidencia que este juego no funciona? En cambio nuestros poderes públicos pretenden delimitar nuestro deber ciudadano, el de la defensa de nuestros intereses, libertades y derechos. Pretende amedrentar nuestra voluntad colectiva, a que no nos salgamos de la hoja de ruta, a que quién lleva el cayado no decida tan sólo sobre la gobernanza del Estado, el destino del mismo, sino que además decida sobre nuestras vidas, sobre nuestra individualidad, violando un contrato social establecido por todos.
Llámeme apátrida, pero no llego a comprender hacia dónde nos dirigimos. Los cuervos que manejan el corral en el que vivimos ya nos han comido hasta los ojos. Suben nuestros impuestos, recortan nuestros servicios sociales y siguen viviendo a cuerpo de rey. Se hacen llamar liberales y proclaman a levante y poniente los valores del capitalismo. Hablan de competencia, de competitividad, de libre mercado, pero siguen repartiendo el pastel entre los suyos, pasándose por el forro de los cojones todo en lo que supuestamente dicen creer. ¿Capitalismo? Un "capitalismo de amiguetes" es lo que existe en nuestro país -como diría el periodista Inda- un país de políticos corruptos que gobiernan a borregos o, más bien, nos devoran. Eso sí, hay que reconocerles algo, son grandes ilusionistas... nos hipnotizan -siempre lo consiguen- cautivar al ciudadano que se deja engañar por tan carismática clase política.
Llámeme apátrida, pero es que nos vuelven a contar el cuento de que las cosas van mejor, que salimos del ocaso, del crepúsculo, del hoyo en donde ellos mismos nos metieron, y sólo puedo pensar en el precio que nosotros y nuestros hijos tendremos que pagar; que nuevamente tendremos que poner el culo y pagar la vaselina; o que sencillamente vuelva a ser un espejismo tipo "brotes verdes"...
Llámeme apátrida, pero no puedo creer en una España que no pertenece a los españoles. Una España que amo pero que no reconozco, que vive gobernada por tiranos, por mentirosos, por magos de las palabras, que no tienen vergüenza, tenientes de la mentira, que bailan la peonza de la indiscreción, que nunca darán cuentas. Y es que nuestro Estado, como edificio viejo, se cae a pedazos.
Y es que, en fin, no me llame apátrida sino "apatriota" porque como dijera el gran Ortega y Gasset "la patria es lo que por las noches pensamos que tenemos que hacer el día siguiente" y al fin y al cabo el futuro siempre dependerá de nosotros.
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