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imagen extraida de: www.whale.to |
La definición de Habermas de opinión pública pasa,
como queda manifiesto, por una diferenciación conceptual,
distinguiéndose la opinión pública como elemento aparecido en el espacio
público en dos vertientes. Por una parte la opinión pública como simple
manifestación de la voluntad, del instinto social e incluso de las necesidades.
En este sentido “todo” puede ser objeto de opinión pública, pues ésta se
manifiesta, en cierto sentido, como conciencia social, como expresión en un
espacio determinado en lo que, en palabras de Habermas, llamamos “espacio
público”. Por otra parte, se hace latente la definición de “opinión pública de
lo político”. Ésta será la definición de opinión pública a la que nos
atendremos, puesto que es la que se referirá a aquellas discusiones insertas en
la conciencia social que tienen que ver con la praxis del Estado y, en
consecuencia, con las actuaciones del poder Político que domina las estructuras
estatales. La praxis del Estado, tal y como la concibe Habermas, es objeto de
la opinión pública pero nuestra reflexión quiere ir más allá.
¿Es posible el dominio de la opinión pública?
¿Cuáles han de ser los criterios de independencia de los medios de comunicación?
¿Quién mueve los hilos de los medios de comunicación de masas? Evidentemente, el concepto de Democracia,
aún latente en nuestras sociedades, se establece desde los principios de
libertad de información, prensa libre, pero en ocasiones los hechos manifiestan
situaciones contrarias a los mismos, más aún cuando entramos en la valoración
de medios de comunicación de carácter público, financiados con dinero público y
en donde la incidencia de decisiones políticas son más propias de la propaganda
partidista que de la información libre y plural.
En resumen, la opinión pública es el resultado de
la conciencia social sobre la aplicación, manejo y conducción por parte de la
clase política del aparato estatal. El estado en
sí es una estructura manejada por la clase política, haciendo hincapié en que
la opinión pública sobre lo político ha de referirse al manejo del mismo,
puesto que el estado carece de conciencia y de opinión. Esta conciencia y
opinión de la que carece es otorgada por “el político” de turno que ejerce el
control del mismo con los parámetros dotados por el régimen democrático.
En el fondo de la cuestión, el problema radica en
la concepción de lo privado y lo público. Los medios de comunicación de masas, por regla general, obviando
las particularidades de los medios de comunicación públicos necesarios también
en aspectos concretos, son propiedades privadas que ejercen el derecho de
información, sesgada a conciencia por la propiedad del medio. Pero éste no es
el tema a discutir.
Volviendo al concepto de definición pública y
resumiendo desde un aspecto psicológico del concepto, éste se entiende como la suma de las opiniones y actitudes
individuales. En este sentido las opiniones serán el reflejo del pensamiento de
los individuos, conformando un fenómeno colectivo que puede manifestarse de
diversas maneras. Podríamos valorar como manifestaciones de la opinión pública,
en el ámbito de lo político, las comunes, en tiempos menos convulsos y en los
que no existe una desconexión de la Sociedad
Civil con la clase política, en la manifestación de la
opinión, ejercicio de la libertad de expresión, etc. Por otra parte en tiempos
convulsos, de desconexión de sujetos, podremos encontrar manifestaciones de la
opinión pública de diversos y variados modos, en la protesta, las huelgas, los
paros sectoriales, las manifestaciones y, en circunstancias más adversas y
crispadas, en alborotos y rebelión ciudadana.
Por otra parte, se ha de matizar que la ruptura
del equilibrio de poder y la consideración de “opinión pública” como objeto
puramente legitimador del poder no está exenta de peligros. En ocasiones la opinión
pública ha sido entendida desde un punto de vista negativo enfrentado al
concepto de “verdad”. El peligro
en nuestros días pasa, en palabras de Ortega y Gasset, en que la masa
corrompa el sentido de lo real y la verdad por “lo relativo de la verdad” y la
mediocridad. Aún así, la opinión pública se define como un bien público e
inevitable, natural y propio de sociedades democráticas puesto que, en definitiva, no podríamos entender la democracia sin ella.
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