¿En
qué consiste verdaderamente la
Democracia ? ¿Qué es el poder? ¿Quiénes se constituyen como
sujetos en la estructuración organizativa de las sociedades? La organización es
lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores. Nuestra
sociedad occidental se ve condicionada por una nueva manera de ejecución del
poder que, emanado del pueblo, se define como democrática. El juego
democrático, en esencia, constituye o, más bien, va ligado al concepto participación, pero ¿a partir de qué se
ve sometida esa participación? La
sociedad se ve sometida a su propia condición esencial, la socialidad en el marco de la
interrelación de los individuos, la política pura y abstracta que se manifiesta
en la circunstancialidad en la que ésta se desenvuelve. Los
peligros mecen al compás de lo que el sentimiento de la masa revela en los datos. El descontento, la irritación, el
desinterés, la falta de involucración, la no aparente participación voluntaria
y los avatares del sistema conforman tendencias que desvirtúan la esencia del
sentir democrático.
Robert Michels presenta una crítica a los sistemas democráticos.
Ya, en primera instancia, en el subtítulo de
su obra, arranca el cimiento que parte como fundamento de sus tesis, es
decir, “un estudio sociológico de las
tendencias oligárquicas de la democracia moderna”. Pero, ¿en qué consiste
verdaderamente la democracia? ¿Sobre que se funda y se enraíza? Etimológicamente definiremos democracia como "poder" (krátos) del "pueblo" (démos).
Los griegos, de cuya lengua derivó el vocablo, la distinguían de otras formas
de gobierno: aquella en la que el poder pertenece a uno solo, "monarquía"
en sentido positivo, "tiranía" en sentido negativo, y aquella en la
que el poder pertenece a pocos, "aristocracia" en sentido positivo,
"oligarquía" en sentido negativo.
Hoy
entendemos por democracia la forma de gobierno en la que el pueblo es soberano.
"La soberanía pertenece al
pueblo". Interpretando a Michels distinguiremos tres
rasgos estructurales de la sociedad, es decir, el pueblo, con aparente carácter soberano,
el Estado, como escenario de un juego que denominamos político, y la clase dominante como ejercicio fáctico, empírico y de hecho que
ejerce la voluntad soberana. Esta última está compuesta por las élites
políticas que conforman los Partidos
Políticos. Volviendo a la esta estructuración de la realidad del conjunto
de lo social encontramos una definición práctica del juego democrático que
estima que la democracia se constituye a partir de la voluntad de la mayoría, y
en este sentido entendemos mayoría como el ejercicio de la voluntad del mayor
conjunto de las voluntades individuales conducidas a las decisiones que afectan
a lo colectivo, es decir, a la sociedad.
En
este sentido podríamos exponer que es el pueblo
que atendiendo a las voluntades particulares conforman una razón de ser y una
voluntad, no ya de carácter cualitativo sino más bien de carácter cuantitativo,
quien indirectamente hace ejercicio del poder
a través de una clase emergida de la propia masa denominada Partidos Políticos en el contexto y
escenario político que conforma el Estado.
Es
lógico concebir que el juego político de la democracia conforma una serie de
rasgos comunes y que en definición no es más que un juego decidido por la masa
y que comporta el ejercicio de las voluntades fundamentadas en el principio de la mayoría. De este modo la
democracia no es más que la organización de la voluntad colectiva. Pero, ¿puede
ser la voluntad representada?, ¿acaso le importa a la masa la organización de su propia voluntad? ¿es plenamente
participante la masa en el ejercicio de su poder? He aquí en donde entra en
juego los razonamientos de Michels y de donde se postulan las tendencias
oligárquicas hacia donde van dirigidas los ejercicios democráticos.
Pero
este juego acaece en el escepticismo puro cuando nos adentramos en el desarrollo
elitista de los partidos políticos, es decir, cuando una élite determinada se
implanta en el sistema asumiendo el control político y estableciéndose, no como
expresión de la realidad y del determinismo social concreto, sino como auténtica
manipulación de la voluntad “de la masa”.
Este elitismo, por supuesto, se entraña en la constitución interna de los
partidos. Este fenómeno, tan aparentemente trágico, susceptible del abandono
esencial de la naturaleza del ejercicio democrático es consecuencia fáctica de
otro fenómeno de carácter aún más vergonzoso y humillante, y es que, ¿en verdad
la involucración de la masa en los asuntos políticos, en lo que se denomina la
vida pública, afecta a la masa? La involucración de la masa en los asuntos de
carácter político es cuasi opaca e indiferente. Esa indiferencia de la
organización se establece como caldo de cultivo reduciendo el ámbito de lo
político a una concreción estipulada en un ámbito social reducido, en donde se
fragua una “ardua lucha por el dominio”.
Un
aspecto interesante, y digno de admiración aparece en la concreción y análisis histórico. La sociedad,
estableciéndose en un determinismo espacio-temporal concreto, emerge como
realidad social dinámica. Este dinamismo emprendió un arduo viaje desde las
sociedades más primitivas a la constitución de las sociedades modernas
emergiendo sociedades análogas. Si antes se constituían sociedades estamentales
ahora emergen sociedades de clases y de estratos que definen el fenómeno de lo
social desde la concreción de una etapa histórica concreta. La definición de
una sociedad concreta ha de establecerse siempre desde su condición histórica,
de este modo emerge el análisis fáctico del hecho social, y en consecuencia, su
correspondiente especulación desde las ciencias sociales. Todo fenómeno ha de
ser considerado como consecuencia lógica de la evolución histórica.
La
visión de Michels emerge potentemente hacia la definición de la
sociedad como un conglomerado de la esencia de la masa en donde los individuos forman parte de un juego político en el que
tal vez o no están preparados para jugar o, más bien, no pretenden formar parte
de éste de forma directa, involucratoria.
En
este sentido, el juego de lo político será monopolizado por las fuerzas
políticas, constituyéndose éstas como fuerzas que emprenden la ejecución del
poder bajo la aparente legitimidad otorgada por la masa. Dentro de estos
sub-conjuntos que conforman cada uno de los Partidos Políticos se desarrolla un juego
constitutivo no ausente de particularidad, y que no por ello comporta una
ausencia de visión en los planteamientos de Michels. La carrera que se emprende
hacia el liderato del grupo conformado en el Partido Político comporta un hecho
digno de análisis para la consecuente demostración empírica de la tendencia a
la oligarquía en el juego democrático. Si en un ámbito reducido, en gran
medida, se da una tendencia elitista llevada a cabo por sectores determinados,
por tendencias arduas de dirección, cuanto más en un sistema, un juego de lo
político destinado al dominio de la masa despreocupada, plena de una
indiferencia tajante a la organización. En este sentido, de manera análoga
podemos entender a los partidos como sociedades de ejercicio del juego
democrático. La lucha por el liderato se establece al igual que la lucha por el
poder emprendida por los distintos Partidos Políticos.
¿Quiénes
definen la voluntad de los partidos políticos? ¿Quiénes conforman los grupos
que ansían la posesión del poder en el convencimiento de la masa? ¿Quiénes
tratan de convencer, de dirigir a la masa? ¿De qué se componen? El análisis de
Michels nos acerca al entendimiento de tan apasionante hecho.
La
democracia, en definitiva, es un juego en el que hay que participar y
en donde el individuo elige de qué
manera quiere hacerlo, determinando, en gran medida, la evolución histórica de
los pueblos. El gran Ortega espetó: "cuidado de la Democracia, como norma política parece cosa buena; pero de la democracia del pensamiento y del gesto, la democracia del corazón y de la costumbre es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad".
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