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18 de marzo de 2014

Los partidos políticos. Robert Michels.

¿En qué consiste verdaderamente la Democracia? ¿Qué es el poder? ¿Quiénes se constituyen como sujetos en la estructuración organizativa de las sociedades? La organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores. Nuestra sociedad occidental se ve condicionada por una nueva manera de ejecución del poder que, emanado del pueblo, se define como democrática. El juego democrático, en esencia, constituye o, más bien, va ligado al concepto participación, pero ¿a partir de qué se ve sometida esa participación? La sociedad se ve sometida a su propia condición esencial, la socialidad en el marco de la interrelación de los individuos, la política pura y abstracta que se manifiesta en la circunstancialidad en la que ésta se desenvuelve. Los peligros mecen al compás de lo que el sentimiento de la masa revela en los datos. El descontento, la irritación, el desinterés, la falta de involucración, la no aparente participación voluntaria y los avatares del sistema conforman tendencias que desvirtúan la esencia del sentir democrático.
Robert Michels presenta una crítica a los sistemas democráticos. Ya, en primera instancia, en el subtítulo de  su obra, arranca el cimiento que parte como fundamento de sus tesis, es decir, “un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna”. Pero, ¿en qué consiste verdaderamente la democracia? ¿Sobre que se funda y se enraíza? Etimológicamente definiremos democracia como "poder" (krátos) del "pueblo" (démos). Los griegos, de cuya lengua derivó el vocablo, la distinguían de otras formas de gobierno: aquella en la que el poder pertenece a uno solo, "monarquía" en sentido positivo, "tiranía" en sentido negativo, y aquella en la que el poder pertenece a pocos, "aristocracia" en sentido positivo, "oligarquía" en sentido negativo.
Hoy entendemos por democracia la forma de gobierno en la que el pueblo es soberano. "La soberanía pertenece al pueblo". Interpretando a Michels distinguiremos tres rasgos estructurales de la sociedad, es decir, el pueblo, con aparente carácter soberano, el Estado, como escenario de un juego que denominamos político, y la clase dominante como ejercicio fáctico, empírico y de hecho que ejerce la voluntad soberana. Esta última está compuesta por las élites políticas que conforman los Partidos Políticos. Volviendo a la esta estructuración de la realidad del conjunto de lo social encontramos una definición práctica del juego democrático que estima que la democracia se constituye a partir de la voluntad de la mayoría, y en este sentido entendemos mayoría como el ejercicio de la voluntad del mayor conjunto de las voluntades individuales conducidas a las decisiones que afectan a lo colectivo, es decir, a la sociedad.
En este sentido podríamos exponer que es el pueblo que atendiendo a las voluntades particulares conforman una razón de ser y una voluntad, no ya de carácter cualitativo sino más bien de carácter cuantitativo, quien indirectamente hace ejercicio del poder a través de una clase emergida de la propia masa denominada Partidos Políticos en el contexto y escenario político que conforma el Estado.
Es lógico concebir que el juego político de la democracia conforma una serie de rasgos comunes y que en definición no es más que un juego decidido por la masa y que comporta el ejercicio de las voluntades fundamentadas en el principio de la mayoría. De este modo la democracia no es más que la organización de la voluntad colectiva. Pero, ¿puede ser la voluntad representada?, ¿acaso le importa a la masa la organización de su propia voluntad? ¿es plenamente participante la masa en el ejercicio de su poder? He aquí en donde entra en juego los razonamientos de Michels y de donde se postulan las tendencias oligárquicas hacia donde van dirigidas los ejercicios democráticos.
Pero este juego acaece en el escepticismo puro cuando nos adentramos en el desarrollo elitista de los partidos políticos, es decir, cuando una élite determinada se implanta en el sistema asumiendo el control político y estableciéndose, no como expresión de la realidad y del determinismo social concreto, sino como auténtica manipulación de la voluntad “de la masa”. Este elitismo, por supuesto, se entraña en la constitución interna de los partidos. Este fenómeno, tan aparentemente trágico, susceptible del abandono esencial de la naturaleza del ejercicio democrático es consecuencia fáctica de otro fenómeno de carácter aún más vergonzoso y humillante, y es que, ¿en verdad la involucración de la masa en los asuntos políticos, en lo que se denomina la vida pública, afecta a la masa? La involucración de la masa en los asuntos de carácter político es cuasi opaca e indiferente. Esa indiferencia de la organización se establece como caldo de cultivo reduciendo el ámbito de lo político a una concreción estipulada en un ámbito social reducido, en donde se fragua una “ardua lucha por el dominio”.
Un aspecto interesante, y digno de admiración aparece en la  concreción y análisis histórico. La sociedad, estableciéndose en un determinismo espacio-temporal concreto, emerge como realidad social dinámica. Este dinamismo emprendió un arduo viaje desde las sociedades más primitivas a la constitución de las sociedades modernas emergiendo sociedades análogas. Si antes se constituían sociedades estamentales ahora emergen sociedades de clases y de estratos que definen el fenómeno de lo social desde la concreción de una etapa histórica concreta. La definición de una sociedad concreta ha de establecerse siempre desde su condición histórica, de este modo emerge el análisis fáctico del hecho social, y en consecuencia, su correspondiente especulación desde las ciencias sociales. Todo fenómeno ha de ser considerado como consecuencia lógica de la evolución histórica.
La visión de Michels emerge potentemente hacia la definición de la sociedad como un conglomerado de la esencia de la masa en donde los individuos forman parte de un juego político en el que tal vez o no están preparados para jugar o, más bien, no pretenden formar parte de éste de forma directa, involucratoria.
En este sentido, el juego de lo político será monopolizado por las fuerzas políticas, constituyéndose éstas como fuerzas que emprenden la ejecución del poder bajo la aparente legitimidad otorgada por la masa. Dentro de estos sub-conjuntos que conforman cada uno de los Partidos Políticos se desarrolla un juego constitutivo no ausente de particularidad, y que no por ello comporta una ausencia de visión en los planteamientos de Michels. La carrera que se emprende hacia el liderato del grupo conformado en el Partido Político comporta un hecho digno de análisis para la consecuente demostración empírica de la tendencia a la oligarquía en el juego democrático. Si en un ámbito reducido, en gran medida, se da una tendencia elitista llevada a cabo por sectores determinados, por tendencias arduas de dirección, cuanto más en un sistema, un juego de lo político destinado al dominio de la masa despreocupada, plena de una indiferencia tajante a la organización. En este sentido, de manera análoga podemos entender a los partidos como sociedades de ejercicio del juego democrático. La lucha por el liderato se establece al igual que la lucha por el poder emprendida por los distintos Partidos Políticos.
¿Quiénes definen la voluntad de los partidos políticos? ¿Quiénes conforman los grupos que ansían la posesión del poder en el convencimiento de la masa? ¿Quiénes tratan de convencer, de dirigir a la masa? ¿De qué se componen? El análisis de Michels nos acerca al entendimiento de tan apasionante hecho.

La democracia, en definitiva, es un juego en el que hay que participar y en donde el individuo elige de qué manera quiere hacerlo, determinando, en gran medida, la evolución histórica de los pueblos. El gran Ortega espetó: "cuidado de la Democracia, como norma política parece cosa buena; pero de la democracia del pensamiento y del gesto, la democracia del corazón y de la costumbre es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad". 


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