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18 de marzo de 2014

Reflexión: de indultos y corruptos

¿Es posible que la actualidad política, económica y social de esta España de chiste ya no pueda ni sorprender ni impresionar a nadie? En la almajara, en la que se ha convertido nuestra hermosa "piel de toro", la corrupción, la crispación, la "democracia" cogida con pinzas, los vaivenes de una clase política justita de entendederas y carente de carisma, quizá también de ímpetu, son la mierda que abonan lo que hoy somos, una nación sin horizonte seguro y presa de la pérdida de no saber dónde se va, ni de dónde se viene. La voluntad, de hecho, parece haberse convertido en un valor en desuso, en algo infravalorado, protagonista por su ausencia. 
Entre las muchas mierdas que impregnan la actualidad de nuestro país, esta semana me ha llamado portentosamente la atención el debate que se ha gestado, quizá no en la medida en la que debiera, sobre los indultos a políticos corruptos. Hace tan sólo cinco días, el periódico El País publicaba unas declaraciones del ministro Gallardón en las que se manifestaba, quizá en tono jocoso, lo siguiente: "Mientras sea ministro no concederé indultos por corrupción". No entraré a valorar, ni a comprobar si esto es real, para ello ya están los medios de comunicación. Lo que sí me parece digno de reflexión es el concepto indulto. En diferentes medios, repleto de personajillos que inundan nuestras pantallas de basura propagandística, se ha definido el indulto como una figura o herramienta válida e inserta en nuestro ordenamiento jurídico. Por sí mismo, el indulto se define como "gracia que excepcionalmente concede el jefe del Estado, por la cual perdona total o parcialmente una pena o la conmuta por otra más benigna". Queda recogida su figura en el artículo 62 de nuestra constitución de 1978, y es desarrollada por una ley del año 1870 aún vigente denominada: "Reglas para el ejercicio de la Gracia de Indulto".
Quizá lo conflictivo en el tema del indulto sea la percepción social de una herramienta de nuestro ordenamiento jurídico que es claramente discrecional, o al menos lo parece, y que es un recurso de los grandes peces gordos que se reparten el bacalao y que a su antojo se pasan la justicia por el forro de los cojones; en palabras de Joaquim Bosch, "el poder se perdona a sí mismo". Existe, por tanto, una percepción generalizada de una corrupción institucional, ya casi constitucional, en todos su ámbitos y en nuestro Estado social y de derecho ya no cree ni la madre que lo parió. Es por tanto evidente y lógico que la corrupción, junto al paro, estén a la cabeza de los problemas de los españoles. Y es que señores y señoras, España está corrompida.




Y es que la corrupción danza a su antojo por las esquinas de nuestras calles, sin nadie que la pueda vapulear. La corrupción se respira y se acepta con resignación, y es que en el fondo todos seríamos corruptos si pudiéramos, porque la decencia es un término efímero, pasajero, de apariencia. Quizá la crisis haya servido para que caigan las máscaras... mi pregunta es: ¿podremos remar hacia un horizonte seguro, llegar a buen puerto con este peso?









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